Siempre he pensado
que, actualmente, nuestras democracias (democracias de corte liberal,
inspiradas en la Ilustración; con parlamento, estado de derecho, elecciones y
propiedad privada) funcionan por grupos de presión. Un grupo de presión, o de
interés, es un “conjunto de personas o corporaciones que, con su influencia
económica, social o política obtienen resoluciones del poder público favorables
a sus intereses”. Para que os hagáis una idea, un grupo de presión puede ser
desde una multinacional (multinacionales, para ser más precisos) al 15M,
pasando por un sindicato o un partido político.
Ejemplos: en EEUU el lobby financiero, conservador y los grandes capitales,
tienen la balanza completamente inclinada hacia ellos (solo hay que ver lo que
pinta Obama en el cierre o no de Guantánamo: absolutamente nada); en Venezuela
la están decantando a favor del pueblo (se le está quitando el poder al gran
capital, pero éste, todavía detenta los medios de comunicación y se permite el
lujo de amenazar con el desabastecimiento de los supermercados) y en Cuba la
han dinamitado.
Decía Paco
Fernández Buey que “La esencia de la democracia realmente existente es contar la verdad a
destiempo. Esta práctica tiene importantes efectos salutíferos para el conjunto
de la comunidad: los que mandan siguen mandando y de paso evitan que les crezca
la nariz; las almas bellas sienten el aleteo del ángel de la democracia cada
vez que se produce una revelación (aunque sea tardía) de este tipo; los que
fueron críticos del poder en el momento de los hechos se sienten reconfortados
porque, al fin, se les reconoce su razón; y el fatalismo histórico de los de
abajo puede una vez más repetir aquello de: “¿y cómo iba a ser de otra manera?”.
Pongamos un ejemplo: hace poco, el FMI, (más concretamente Olivier Blanchard,
su economista en jefe) admitió que la austeridad es un error.
Ya me veo al oficialismo español pidiendo perdón por la privatización de la
sanidad y argumentando que “creían que era la receta correcta para salir de la
crisis”. Los recortes y las privatizaciones se quedarán como están, y nosotros,
el pueblo, los que no estamos de acuerdo con las privatizaciones; nos
sentiremos reconfortados de que nos hayan dado la razón y daremos gracias a
esta democracia que nos trajo el Señor.
Permítanme que cite
a Lenin: “Salvo el poder, todo es ilusión”. En efecto, con el poder en nuestras
manos no hará falta ir a parar un desahucio, por ejemplo. ¿Por qué somos
incapaces de, no solo parar las privatizaciones, sino de detentar el poder y
crear una sociedad y un modelo de estado acorde con nuestras necesidades? Creo
que puedo aportar, humildemente, algunas respuestas a esta pregunta:
- Desunión.
- Miedo al poder: el eterno complejo de la
izquierda. Es decir, idealizamos proyectos bonitos que pudieron ser y
despotricamos de los proyectos de izquierda y socialistas reales de a lo
largo y ancho del globo. Por no decir que parece que estamos ansiosos por
encontrarle la más mínima pega al movimiento político de izquierdas o
socialista que más se acerque al poder.
- ‘Desideología’: en la época hegemónica del
capitalismo abandonamos a su suerte conciencia, sindicato y partido;
herramientas imprescindibles del trabajador. Ahora queremos recuperar esas
herramientas y se encuentran oxidadas y llenas de microbios.
En mi opinión, son
estos los tres puntos básicos en los que erramos. Analicemos la situación de la
España de hoy, 24 de enero de 2013: vivimos sumidos en una crisis de deuda
capitalista donde el poder lo detenta un partido conservador en un país que no
rompió del todo con el establishment de una dictadura conservadora. España se
encuentra en la UE, institución de marcado corte neoliberal, la cual nos obliga
a recortar nuestro estado de bienestar y prestaciones sociales para pagar la
deuda del lobby financiero.
Puestos en
situación, podemos sacar una clara conclusión: la balanza de grupos de presión
española está claramente decantada hacia el lobby financiero y el establishment
conservador. Mientras, nosotros, desideologizados completamente debido a varias
décadas de hegemonía del capitalismo, estamos a por uvas; desunidos y sin
estrategia. Es decir, nosotros, con nuestra desunión y acción
dispersa, dejamos decantar la balanza hacia el lobby financiero y el
establishment conservador.
Por ejemplo: apuntamos hacia la política, pero nunca hacia la patronal (sí, esa
patronal que le dicta al gobierno las reformas laborales); apuntamos hacia el
corrupto, pero nunca hacia el corruptor. Entramos en el juego de la neolengua
(99% vs. 1%, 'ciudadanismo' etc.) en vez de recuperar los valores y el léxico
de siglo XX, el siglo de mayores logros para el proletariado mundial.
Ese establishment
conservador, como ya he dicho, nos gana la batalla. Pero no solo nos gana una
batalla física por así decirlo: nos gana también la batalla ideológica.
EL GERMEN
CONSERVADOR
Por todos es sabido
(y solo hace falta rebuscar en la historia) que el conservadurismo ha negado
siempre todo movimiento emancipador y revolucionario. Siempre. Pero podemos
hilar más fino y seguir la cadena de razonamiento: el
conservadurismo siempre se ha adaptado al contexto. En el pasado, un conservador defendía la
Inquisición y hoy no; en el no tan pasado, un conservador no aceptaba el
divorcio. Bien, hoy el conservadurismo oficial no defiende la vuelta de la
Inquisición ni busca prohibir el divorcio (aunque lo piensen). Es por eso
que podemos decir que el conservadurismo llega a un punto en que es
indefendible, punto en el que pasa a intentar debilitar y esterilizar el
movimiento revolucionario o de cambio. Para ello, se basta y se sobra con sus medios de comunicación entre otras
armas.
En conclusión, hay que cuidarse de los medios y del oficialismo, hay que
cuestionárselo todo.
A dicho germen
conservador, es decir, el germen desestabilizador y esterilizador de todo
movimiento; se le ha de combatir y se le combate mediante la razón y la
historia.
LA IMPORTANCIA DE LA
HISTORIA
Decía Hobsbwam:
"La destrucción del pasado, o más bien de los mecanismos sociales que
vinculan la experiencia contemporánea del individuo con la de generaciones
anteriores, es uno de los fenómenos más característicos y extraños de las
postrimerías del siglo XX. En su mayor parte, los jóvenes, hombres y mujeres,
de este final de siglo crecen en una suerte de presente permanente sin relación
orgánica alguna con el pasado del tiempo en el que viven."
Precisamente eso,
la historia, es lo que quieren que olvidemos. Quieren que olvidemos, por
ejemplo, a los obreros y sindicalistas catalanes muertos entre 1917 y 1923 a
manos de la patronal; quieren que olvidemos cómo se trajo a España la
democracia (no fue un tal campechano, no; fueron los españoles que salieron a
la calle jugándose la vida); quieren que olvidemos cómo se trajeron las 8h de
trabajo; quieren que olvidemos cómo conseguimos lo que ahora tenemos. Solo
haciéndonos olvidar cómo algún día estuvimos a punto de cambiar el mundo de
base, lograrán esterilizar nuestra lucha actual.
Basta echar un
vistazo atrás para comprender el presente y la verdad y lo hemos de echar si
queremos decantar la balanza, porque ya sabéis: "La verdad es siempre
revolucionaria".
Juan M. Salguero
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